Los inviernos en soledad son más largos
duran lo que dura un invierno y una primavera.
Recién cuando el sol quema en las piedras,
la soledad comienza a replegarse, un poco.
Ella tiene una mala costumbre,
se pega a la piel penetrando sangre adentro.
Es mañera para irse así nomás.
Cuando se aquerencia y se siente cobijada
es dura para largarla a una.
Más que nada, es fiel como un perro.
Cree que le pertenece a la dueña
bajo cualquier circunstancia
aún, cuando está acompañada.
Sólo hay dos cosas que hacer con ella,
acostumbrarse y mimarla
o despellejarla del cuerpo de un tirón
y sin remordimiento
cavar un hoyo en el patio y enterrarla,
eso sí, con una flor.
Silvia Castellón
Del Libro "Saltando la soga"
Fotografía: SIlvia Castellón
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