Poesía de Miguel Oyarzábal.
Homenaje a el poeta y narrador madrynense.
LA VOZ DE UNA SIRENA
No
escribo poemas de amor presente,
siempre
voy detrás de los acontecimientos,
o al
costado, como un segundo tren.
Cuando
él llama a la puerta con los nudillos iluminados
le abro
sin hacer preguntas, sin escudos,
jamás
le pongo llave,
lo
ejerzo sin metros ni balanzas
y no le
doy tregua ni siquiera al aire.
Pero
tratándose de escribir,
eso
pasa a lo lejos,
es la
marea con la memoria a flote
que
golpea y golpea en el borde de la mesa
arrastrando
pedazos de las navegaciones y los náufragos.
En fin,
cuando escribo,
escucho
la voz de una sirena
que me
pide algunas palabras
para su
soledad.
Todo en
vos es aéreo:
tu
charla con las hojas del otoño,
la
convivencia con la lluvia
y hasta
el trato tuyo con el viento, las olas y el sol.
Vos y
los duendes
y las
palabras
y el
silencio de los árboles.
Vos y
tu aire
donde
vuelo para siempre.
Mañana
será una página enrollada en el fondo del pecho
y para
siempre.
Pero
ayer apareció como un viento sonoro tocándome el hombro,
fue una
garúa finita que peinó los años viejos,
un
duende que entró sin rozar la puerta.
Después
se instaló con todo y sus pertenencias
y la
vida, como la canta Serrat, vivió en casa.
Al
partir no hizo alardes ni puso una estela de excusas,
se fue
rompiéndose en el adiós,
queriendo
vaciar una anestesia sin sentido.
Yo no
encendí la botella de ginebra,
ni
tampoco atajé el desorden;
abandoné
la lluvia en el patio,
escuché
al silencio hablar por la ventana.
Supe
que nadie regresa por las huellas del otro.
Y se me
llenó de música el alma.
La lluvia ha cesado.
Por algunas horas
y ayudada por las luces,
la calle muestra
el dibujo que dejara el aguacero.
La magia,
que también es limitada,
ha transcurrido.
Sólo persiste la nostalgia,
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